Eran las tres de la tarde de una
calurosa tarde del mes de mayo, la primavera había entrado con fuerza aquel
año, y los profesores ya discutían la idoneidad de una jornada continua, que
pudiera liberar a los alumnos y a ellos mismos del incipiente calor que impedía
a los alumnos centrarse en la lección del día.
Isabel, nuestra profesora estaba
continuamente inventado actividades para cautivar la atención de aquellos niños
de 2 o 3 de EGB (no lo recuerdo muy bien) que esa tarde tenían que aprender la
vida y milagros de una semilla. La clase, como siempre, teórica, con muchos
nombre que nos sonaban a chino, pero que teníamos que memorizar para aprobar el
examen.
Pero algo cambio esta tarde, Isabel, llegó con un bote transparente de
cristal que resguardaba más de un centenar de habichuelas. Con suavidad abrió
el bote, y la clase comenzó a silenciarse, habíamos pasado de odiar a las
semillas a ser los máximos responsables de tres de ellas, que fue el número que
nos repartió a cada alumno. Pero no solo éramos los máximos responsables, las
debíamos cuidar como unos verdaderos padres y conseguir que de ellas brotaran
las ramitas y hojas verdes que simbolizaban que eran fuente de vida.
Todos salimos encantados con
aquel sencillo regalo, y fuimos raudos a casa para seguir la instrucciones de
nuestra seño, con el objetivo de ser los primeros en decir en clase que nuestra
habichuela había florecido. Y así, durante cinco o seis, días cuidé y mimé aquella
diminuta habichuela, esperando ver sus brotes verdes.
Al cabo de los días, un alumno
llegó a clase con una sonrisa más amplia de lo habitual, su habichuela había
florecido, y el resto nos entristecimos, el ego de la victoria siempre ha
estado muy presente en los niños, pero a pesar de la tristeza, pudimos entender
perfectamente como las semillas son el origen de casi todos los seres
vegetales.
Aquel proyecto caló en aquel
tímido niño, que 30 años más tarde volvió a repetir esa misma actividad, cuando
su hija llegó a casa, feliz y contenta, dispuesta a ver crecer una semilla.
El tiempo pasaba rápido, el
proyecto permanece invariable, tal vez sea porque sea un buen proyecto, a lo
mejor no memorable, pero muy útil en el aprendizaje de muchas generaciones.
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