jueves, 10 de abril de 2014

Mis primeros brotes verdes

Eran las tres de la tarde de una calurosa tarde del mes de mayo, la primavera había entrado con fuerza aquel año, y los profesores ya discutían la idoneidad de una jornada continua, que pudiera liberar a los alumnos y a ellos mismos del incipiente calor que impedía a los alumnos centrarse en la lección del día.
Isabel, nuestra profesora estaba continuamente inventado actividades para cautivar la atención de aquellos niños de 2 o 3 de EGB (no lo recuerdo muy bien) que esa tarde tenían que aprender la vida y milagros de una semilla. La clase, como siempre, teórica, con muchos nombre que nos sonaban a chino, pero que teníamos que memorizar para aprobar el examen.
 Pero algo cambio esta tarde, Isabel, llegó con un bote transparente de cristal que resguardaba más de un centenar de habichuelas. Con suavidad abrió el bote, y la clase comenzó a silenciarse, habíamos pasado de odiar a las semillas a ser los máximos responsables de tres de ellas, que fue el número que nos repartió a cada alumno. Pero no solo éramos los máximos responsables, las debíamos cuidar como unos verdaderos padres y conseguir que de ellas brotaran las ramitas y hojas verdes que simbolizaban que eran fuente de vida.

Todos salimos encantados con aquel sencillo regalo, y fuimos raudos a casa para seguir la instrucciones de nuestra seño, con el objetivo de ser los primeros en decir en clase que nuestra habichuela había florecido. Y así, durante cinco o seis, días cuidé y mimé aquella diminuta habichuela, esperando ver sus brotes verdes.

Al cabo de los días, un alumno llegó a clase con una sonrisa más amplia de lo habitual, su habichuela había florecido, y el resto nos entristecimos, el ego de la victoria siempre ha estado muy presente en los niños, pero a pesar de la tristeza, pudimos entender perfectamente como las semillas son el origen de casi todos los seres vegetales.

Aquel proyecto caló en aquel tímido niño, que 30 años más tarde volvió a repetir esa misma actividad, cuando su hija llegó a casa, feliz y contenta, dispuesta a ver crecer una semilla.


El tiempo pasaba rápido, el proyecto permanece invariable, tal vez sea porque sea un buen proyecto, a lo mejor no memorable, pero muy útil en el aprendizaje de muchas generaciones.

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